miércoles, 17 de febrero de 2016

CÓMO AYUDAR A LOS NIÑOS A MANEJAR LA IRA.


La ira es una reacción emocional básica e instintiva que todos sentimos. A pesar de que se suele considerar negativa, en realidad se trata de una emoción muy útil y necesaria, del mismo modo que el resto de las emociones primarias. Es importante darnos cuenta de que esta emoción siempre surge por alguna causa concreta. Es posible que aparezca debida a situaciones externas a la persona (por ejemplo: a un niño no le dejan jugar a lo que él quiere) o bien por acontecimientos internos; esto es, la manera en que interpretamos diversas situaciones o recordamos acontecimientos pasados (por ejemplo: pensar que sus padres quieren más a su hermano). Lo más relevante es que surge cuando nos sentimos amenazados, cuando no conseguimos nuestro objetivo o cuando no logramos satisfacer un deseo.
Entonces, ¿por qué sentimos enfado? ¿Nos ayuda en algo? La respuesta es sí. La ira nos mueve a la acción: ayuda a defendernos, a superarnos y a poner nuestros límites. Por lo tanto, la ira en sí es adaptativa y la necesitamos expresar de alguna manera. Sin embargo, lo que realmente suele ser negativo es cómo reaccionamos ante dicha emoción, así como con qué intensidad la sentimos. ¿Existen maneras adecuadas para expresar el enfado? ¿Cómo podemos ayudar a los más pequeños?
Instintivamente, cuando nos enfadamos, el cuerpo se prepara para defenderse: aumenta nuestra activación fisiológica, sentimos el impulso de atacar y nos impide pensar con claridad. En la infancia ocurre exactamente lo mismo, con el añadido de que se tiene menos control de dichos impulsos si cabe. Por lo tanto, no debe ser ignorada ni intentar que los niños la repriman, sino enseñarles que existen otras maneras de expresarla de forma más adecuada y con consecuencias mucho más beneficiosas para todos, pues en ocasiones actúan de manera agresiva o descontrolada por el simple hecho de que no han aprendido otra alternativa.
¿Qué podemos hacer?
Validar la emoción. Debemos nombrarle la emoción para que aprenda a identificarla (“parece que estás muy enfadado”) y a detectar las primeras señales, así como explicarle que tiene derecho a sentir cualquier emoción, pero no puede admitirse cualquier comportamiento. También se le puede ayudar a relativizar su problema, analizando juntos cómo de grave es la situación y con qué intensidad está sintiendo ese enfado.
Ante sus expresiones de ira poco adecuadas, reaccionar con calma. En el momento en el que suceda una “explosión” de enfado, es preferible dejar que se calme primero. Después, se le puede ayudar a que reflexione sobre la causa de su enfado y sobre las consecuencias que pueden tener ciertas reacciones en los demás y en sí mismo. También ayuda hablar sobre qué puede hacer la próxima vez y facilitarle alternativas. Y, sobre todo, no enfadarse con él/ella precisamente porque se haya enfadado. Es preferible reaccionar con tristeza más que con ira, pues ver a alguien triste predispone a sentir cierta empatía y a ayudar a esa persona.
Estrategias para calmarse. Se le pueden enseñar distintos tipos de relajación a modo de juego (ser como un globo, soplar velas, imaginar oler una flor, pasar de robot a muñeco de goma, etc.) o diversas frases y estrategias que le ayuden a calmarse, tales como contar hasta diez, ir a otro lugar unos minutos, pensar en imágenes relajantes o distraerse haciendo algo que sea de su agrado.
Fomentar maneras adecuadas de expresar el enfado. Además de reducir las reacciones no adecuadas y enseñarle a relajarse, es imprescindible enseñarle cómo sí se debe actuar (por ejemplo, comunicando asertivamente “estoy enfadado, no me molestes ahora, por favor” o “me gustaría que jugases más conmigo”). Cada vez que logre manejar el enfado, hay que elogiarlo y felicitarlo, para que sepa que eso es lo que se desea que haga.
Centrarse en la solución. Una vez identificada, reconocida y expresada su emoción, si es algo que está en su mano, puedes ayudarle a pensar en cómo es posible arreglarlo. Es cierto que en ocasiones no podremos evitar o cambiar las circunstancias que nos rodean, pero siempre podremos aprender a controlar cómo reaccionamos ante ellas.
Ser un ejemplo. Si mantienes el control y comunicas lo que te enfada de manera asertiva y respetuosa, le estarás demostrando a tu hijo que es posible y que da resultado. En alguna ocasión en la que no se haya logrado este control, es preferible reconocer el error y pedir disculpas.
Acostumbrarle a experimentar frustración y no ceder a todos sus deseos. Es mucho más positivo que evitarle dichas situaciones constantemente. De esta manera, podrá aprender a detectarla y manejarla. Si no suele experimentarla, en cambio, cuando ocurra no sabrá qué hacer o pensará que enfadándose mucho conseguirá lo que quiere.

Visto en: Isep. clinic.

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